Momento de empoderarnos y transformar la forma de relacionarnos.
Los humanos, cómo mamíferos que somos, necesitamos sentirnos parte de un grupo, el contacto físico, la ternura, y en definitiva la presencia de otros seres humanos en nuestras vidas. De hecho, nuestra transformación va íntimamente ligada a la interrelación con otras personas. Aun así, también es cierto que a menudo confundimos la interrelación con la dependencia y vivimos como si todo el mundo debiera ser como imaginamos, girar indefinidamente a nuestro alrededor y nutrirnos energéticamente y emocionalmente como si fuéramos vampiros energéticos que nunca terminamos de saciarnos.
Cuando menciono que nos nutrimos energéticamente de los demás, no me refiero a la nutrición biológica, en la que tomamos los nutrientes de los alimentos para suministrar energía y materia para el funcionamiento de nuestras células, si no que me refiero a que acaparamos la energía del entorno como haría un niño, llamar la atención, buscar el reconocimiento del entorno, victimizarnos, manipular, agredir, volcar nuestra emocionalidad y nuestras neurosis a los demás como si fueran un contenedor, esperar que los demás sean como queremos haciéndolos cargar con nuestras expectativas, culpabilizar, no asumir responsabilidades,…todos lo hemos hecho alguna vez y lo seguiremos haciendo mientras no nos empoderemos.
Los seres humanos somos por naturaleza egoístas, deseamos recibir para nosotros y a pesar de que algunas veces también damos, en numerosas ocasiones lo hacemos pensando en recibir algo a cambio como reconocimiento, amor, llenar un vacío, centrarnos en los demás para no mirarnos a nosotros, tapar nuestras carencias, consolidar una imagen de “buena persona”,…
El egoísmo no es ni bueno ni malo, es solamente la manifestación externa del nivel de consciencia que nos viene dado desde nuestro nacimiento. Es un estado propio de la infancia como veremos más adelante. Sin embargo, en muchas ocasiones se alarga porque en nuestra niñez o en las vidas de nuestros ancestros, ha habido situaciones que por dolorosas o por no encajar con lo “esperado” o con la “normalidad”, se han negado, o no han sido vividas plenamente o incluso han quedado escondidas en el inconsciente. Estas situaciones se llaman memorias y nuestros cuerpos se las ingenian para seguir escondiéndolas inconscientemente en forma de tensión y de corazas bioenergéticas que a pesar de que nos protegen de vivir dichas memorias, nos separan de quienes somos, no permiten que nos individualicemos ni empoderemos y sobretodo, perpetúan ese nivel de consciencia egoísta.
Así, por un lado nuestro niño/a interior tiene que ponerse una máscara que le permita disimular sus carencias y por el otro, seguimos creyendo que la vida y los demás están a nuestro servicio y deben encajar con nuestras expectativas y creencias y los juzgamos cuando no es así.
Lógicamente, vivir detrás de esa máscara repercute en la calidad de nuestros vínculos y relaciones, porque queremos nutrirnos y tomar cosas de los demás o esperamos que nos devuelvan las que hemos dado. Afortunadamente, este egoísmo y el deseo de recibir para nosotros mismos a pesar de que nos vienen de “serie”, son solamente la manifestación externa de un nivel de consciencia interno, en el que la mayoría de nosotros estamos inmersos; pero en todos está la posibilidad de rebelar nuestro yo más esencial, nuestra alma, que su naturaleza (al contrario que la del ego), es la de recibir pero no para acumularlo en un pozo sin fondo, sino para dar.
Cuando nacemos y hasta que somos plenamente adultos, hay un vínculo de dependencia clara y teóricamente descendiente con los padres. Mientras estamos en el útero de nuestra madre y durante los primeros años de vida, necesitamos un cuidado pleno de nuestros padres y luego poco a poco vamos necesitándolos menos. De hecho, el vínculo padres e hijos es el más desequilibrado de todos cuando está basado en el amor, aunque en ocasiones se puede alterar este sano desequilibrio cuando padres e hijos no ocupan el lugar sistémico que les corresponde y el vínculo se rige entonces por la necesidad y por el amor ciego.
Cada niño o niña nace en la familia indicada según los deseos de su alma y los aprendizajes que debe hacer; por eso, no hay víctimas ni culpables de que haya un amor basado en la necesidad, es un hecho que se da de forma natural cuando el nivel de conciencia actual de la humanidad sigue basado en la creencia de que la causa y la solución de nuestros problemas está fuera, en los demás. Pero ya vemos que no nos funciona, que llevamos años, por no decir siglos, repitiendo este patrón de dependencia que nos ha perpetuado en el victimismo y la agresión, vivimos cómo si no fuéramos responsables (que no culpables) de lo que pasa en nuestro interior. Buscamos que el otro nos ame y nos colme nuestras necesidades cómo si siguiéramos siendo niños aunque ya nos alberguen cuerpos de adultos.
Así, de forma directa o indirecta, pedimos o incluso exigimos a los demás que se hagan cargo de nosotros, que nos quieran cómo no sabemos hacerlo, y por supuesto hasta que no nos damos cuenta de ello, construimos vínculos dependientes con iguales, y vínculos insanos entre padres e hijos en los que se invierten los roles (hijos que hacen de padres de sus padres) o en el otro extremo se perpetúan (hijos ya adultos que siguen forzando un desequilibrio propio solamente de la infancia). Y esto nos espeja el hecho que creemos que incluso siendo adultos, alguien debe cuidar de nosotros, con lo que resulta metafísicamente imposible crecer e individualizarnos mientras no cuestionemos esta creencia.
El origen de la dependencia entre humanos, cómo ya apuntaba antes, es por la creencia que nuestra vida depende de lo que pase fuera; por eso nos esforzamos en intentar controlar y manipular a los demás (cada uno a su manera) y a la vida para que todo sea cómo necesitamos o queremos. Es fácil imaginar que cuando nos vinculamos con los demás con dicha creencia, detrás de lo que aparentemente llamamos amor, hay unas enormes exigencias, dependencias, necesidades, cargas, culpabilidades, búsqueda de sexo, victimismos, manipulaciones, luchas de poder y hasta violencia. Y no es que seamos moralmente “malos”, es que esto es lo que nos viene dado, esto es lo que hemos aprendido, pero ahora que empezamos a darnos cuenta y vemos que no nos sirve, el reconocimiento consciente de esta forma de vivir y relacionarnos puede ser el primer paso para ir más allá de este paradigma relacional.
Si queremos empoderarnos y recargarnos energéticamente sin tener que tomar la energía de los demás, deberemos empezar a poner en duda la idea de que hallaré la felicidad cuando fuera de mí se cumplan una serie de condiciones (cuando tenga pareja, hijos, un trabajo fijo, más dinero,…). Mientras no lo hagamos, seremos esclavos de aquello externo a lo que le demos importancia y necesitaremos nutrirnos energéticamente de los que nos rodean; pero nunca será suficiente, nunca habrá suficiente amor, reconocimiento, atención, paz, dinero…y si damos, lo haremos sintiendo que perdemos algo que nos han de devolver, con lo que generaremos una deuda energética en el otro.
Antes de ver como empoderarnos e individualizarnos, siento que es importante entender que es y que implica este proceso de singularización, ya que detrás de estas palabras atractivas y alentadoras, va a tener que haber un enorme compromiso con uno mismo. Me parece importante resaltar que la descripción de asumir el propio poder sano que hay en nuestro interior, que haré en el siguiente párrafo, no es tanto una nueva imagen en la que de nuevo me tenga que esforzar para llegar a ser, sino una dirección, una visión que despierte el deseo de singularización, que más que un producto acabado, son las consecuencias a las que se va llegando progresivamente cuando realmente hay una perseverancia en el deseo y en la acción para materializarlo.
Así, empoderarse es tomar las riendas de la propia vida, salir de la masa, asumir la responsabilidad de nuestros actos y ser conscientes de sus consecuencias, entregarse a las emociones sin culpabilizar a los demás y vivirlas plenamente en vez de interpretarlas y entenderlas, usar la mente para reconocer y no para juzgar, recargar tu energía vital, comprometerse con los propios deseos, dejar de querer cambiar la realidad cuando no es cómo esperábamos y entender que nosotros de algún modo u otro hemos participado en generarla, afrontar las situaciones difíciles desde la intención de aprender de ellas, dejarte ser tal cual eres y hacer lo mismo con los demás y sobretodo conectar con el deseo de recibir, pero no para acumular, sino para darse a los demás.
Quizás, para entender como empoderarnos y sus consecuencias, pueda ser útil el ejemplo las plantas y en general todos los seres vivos capaces de realizar la fotosíntesis, son sin duda el nivel trófico más importante y altruista de todos. Me explicaré; las plantas son capaces de transformar la materia inorgánica en orgánica y se nutren verticalmente, tomando las sales minerales y el agua que captan las raíces del suelo y el dióxido de carbono del aire y la luz del sol que captan con sus hojas del cielo. Además generan (horizontalmente) el oxígeno que nosotros respiramos y también entregan los átomos de sus hojas y ramas a los herbívoros que a su vez pasarán a los niveles tróficos superiores (incluidos los humanos). Si te paras a pensar, la gran mayoría de átomos de nuestros cuerpos, han pasado necesariamente antes por un vegetal (exceptuando los del agua que bebemos).
Sin embargo, ni el sol espera que las plantas le den las gracias por su luz, ni las plantas se desviven por el reconocimiento del resto de seres vivos de los demás niveles tróficos por sus átomos orgánicos ni por el oxígeno que respiramos; es algo que se da de forma natural. En cambio los humanos, a priori básicamente deseamos recibir para nosotros mismos y cuando damos, la mayoría de las veces lo hacemos esperando algo a cambio; pero tenemos la opción de ser como las plantas. Podemos recibir para dar como la planta recibe verticalmente del cielo y de la tierra para darse horizontalmente al resto de seres vivos; es una potencialidad de toda persona si es capaz de conectar con su parte más esencial, con su alma. Para hacerlo, como las plantas debemos tomar la energía del suelo y del cielo, pero ¿cómo? tomar la energía del suelo implica enraizar, bajar nuestra propia energía retenida en la mente y las demás partes altas del cuerpo, a los pies, dejar de vivir cómo si no hubiera un suelo debajo de nuestros pies, habitar la cadera y las piernas, en definitiva tomar tierra.
Por otro lado hay la nutrición vertical del cielo, es la que nos abre a la trascendencia, a la espiritualidad, no cómo una forma más de evadirnos de nosotros mismos, sino de una apertura a lo que es, a dejar de tener la necesidad de cambiar la realidad, principalmente porque es nuestra parte más esencial quien se la ha puesto delante para aprender y transformarnos.
A nivel práctico, hay distintas formas de nutrirse verticalmente. Para enraizar y recargarnos energéticamente, hay prácticas muy sencillas como andar por la naturaleza, la respiración consciente de la mitad inferior de nuestro cuerpo, y luego ya prácticas más dirigidas como las de la Bioenergética o la Alquimia Taoísta. La primera hace un trabajo más general y visible y puede ser interesante en un inicio, mientras que la segunda es más sutil, pero más específica y eficiente. En ambas disciplinas quien las practica, toma una mayor sensibilidad energética y consigue dirigir la energía del propio cuerpo, descargando las tensiones en el suelo y recargando la energía del suelo hacia el cuerpo.
También hay la nutrición vertical desde el cielo, a la que se accede por prácticas como el silencio, la soledad, la meditación, y de forma más guiada el estudio y la práctica de tradiciones espirituales no duales, es decir, las que no dividen la realidad en buena o mala en base a una moral externa impuesta. En mi caso la tradición ha sido la Cábala, aunque obviamente hay otras…en cualquier caso, tan importante es la tradición, como que la persona que te la transmita pretenda empoderarte, no hacerte dependiente de ella ni someterte a ninguna moral que acabe convirtiendo de nuevo el camino espiritual en religioso.
También a la vez el empoderamiento nos servirá para cambiar la forma de relacionarnos con nosotros y con los demás y transformar el deseo de recibir para nosotros mismos al deseo de recibir para dar. Ya no pretenderemos cambiar la realidad, porque tendremos un cuerpo capaz de sustentarla tal y como es, ni tampoco a nosotros ni a los demás por la misma razón. Ya no necesitaremos tomar la energía del entorno porque seremos nosotros los que la compartiremos. Es fácil imaginar que cuando en vez de demandar de nuestros vínculos, estamos para compartirnos y aportar (y a la vez los demás hacen lo mismo), la calidad de nuestras relaciones va a mejorar radicalmente.
Pasaremos de una nutrición horizontal en la que nos nutríamos de los demás a una vertical en la que les aportamos, aunque la diferencia con las plantas, lógicamente, será que la luz que tomaremos del cielo no nos servirá para hacer la fotosíntesis, y no daremos a los demás seres vivos átomos orgánicos ni oxígeno. Pero si veremos que está en nuestras manos recargarnos energéticamente, y que por lo tanto cuando damos, no solo no perdemos nada, sino que ganamos en ser cada vez más nosotros mismos, esta es la naturaleza de nuestra alma, dar.
Llegados a este punto, podemos volver al principio y ahora si ver claramente la diferencia entre interrelación y dependencia. Una vez nos vamos empoderando y singularizando, estamos cada vez más cerca de la citada interrelación, en la que el otro deja de ser un enemigo que nos quiere manipular a su antojo o al que tengamos que someter, para ser un compañero/a de viaje, en el que cada uno se hace cargo honestamente de lo que haya en su interior, y en el que el vínculo ya no es un fin en sí mismo, sino un medio para conocerte y ser quien realmente eres.
Resumiendo, empoderarse es descubrir que nuestro sustento no está a fuera ni en los demás, ni en lo que nos pase, ni en lo que tengamos, sino dentro de nosotros, esperando ser reconocido. Cada vez que digas que lo de fuera tiene que cambiar, es como decir que yo no voy a hacerlo. La verdadera rebelión no es contra algo de fuera, es a favor de algo de dentro, y ese algo es tu alma que está deseando que conectes con ella. Es momento de que la humanidad pase de un nivel de conciencia infantil y egoísta a uno maduro que reciba para dar, pero para ello hacen falta más cuerpos que deseen de verdad empoderarse, ¿te apuntas?
Jordi Torres (RUAHVIVA) https://ruahviva.com/